La OMS considera el tiempo de ocio algo esencial para el correcto desarrollo del ser humano. Básico para su equilibrio psíquico y social. Incluso se ha llegado a demostrar que el correcto disfrute de ese tiempo previene enfermedades, aumenta la creatividad y proporciona una mejor calidad de vida. "Igual que nuestro organismo necesita momentos de actividad -señala Miguel Angel Cueto, psicólogo y director de CEPTECO (Centro Psicológico de Terapia de Conducta)- y otros de sosiego y sueño, así las vacaciones y el tiempo libre son necesarios para la supervivencia estable de los seres humanos. No sólo debemos esperar a las vacaciones sino que diariamente debemos darnos pequeños placeres para hacer más eficaz nuestro rendimiento. Un momento más amplio de ruptura con el trabajo es imprescindible para evitar alteraciones físicas y emocionales. Descansar hace que rindamos más cuando trabajamos". Y descansar no es matar el tiempo contemplando cómo pasan las horas sin hacer nada, sino que hablamos de un tiempo que debe ser ocupado por otro tipo de actividades, de valores que nos reporten algo que nos permita regenerarnos de la fatiga mental que supone el trabajo.
OCIO Y CALIDAD DE VIDA
El interés por la calidad de vida ha existido desde tiempos inmemorables. Sin embargo, la aparición del concepto como tal y la preocupación por la evaluación sistemática y científica del mismo son relativamente recientes. La idea comienza a popularizarse en la década de los 60 hasta convertirse hoy en día en un concepto utilizado en ámbitos muy diversos, como son la salud, la educación, la economía o la discapacidad.
A partir de la década de los 80 se adoptó también el concepto en el mundo de la discapacidad intelectual. En la medida en que la satisfacción con la vida se consideró muy ligada a las posibilidades de tomar decisiones y elegir, se abrieron oportunidades a las personas con discapacidad para expresar y llevar a cabo sus gustos, deseos, metas, aspiraciones y, sobre todo, a tener mayor participación en las decisiones que les afectan.
La calidad de vida puede ser definida como la combinación de las condiciones de vida y la satisfacción personal ponderadas por la escala de valores, aspiraciones y expectativas personales (Felce y Perry, 1995).
A continuación pasamos a analizar las dimensiones en las que podemos encontrar una mayor influencia del ocio:
1. Bienestar físico: La realización de actividades deportivas, lúdicas o en la naturaleza son un importante factor de protección de nuestra salud.
2. Bienestar emocional: La posibilidad de elegir, planificar y desarrollar actividades de ocio placenteras, ya sea de manera individual o en grupo, favorecen de manera significativa nuestro estado de ánimo y un estado emocional saludable.
3. Relaciones interpersonales: El ocio es uno de los mejores escenarios que propician la relación y el conocimiento de otras personas.
4. Inclusión Social: El desarrollo de actividades de ocio en entornos comunitarios es un claro ejemplo de participación en la comunidad.
5. Desarrollo personal: Un ocio en el que se potencia la autodeterminación y la libre elección, es un componente muy importante de enriquecimiento y desarrollo personal.
6. Autodeterminación: En el ocio encontramos un escenario idóneo para la puesta en marcha de los diferentes componentes que configuran la autodeterminación. Metas, valores, elecciones y autonomía son alguno de los aspectos que desarrollamos en la práctica de actividades de ocio.
Podemos concluir asegurando que un ocio que cumple criterios de calidad, favorece de manera significativa la calidad de vida de las personas que lo desarrollan.
Todo sobre un ocio saludable
El ocio es el tiempo libre que se dedica a actividades que no son ni
trabajo, ni tareas domésticas esenciales. Las actividades de ocio deben
realizarse también de una manera saludable si se pretende que estas actividades
no afecten a nuestra salud.
Ocio al aire libre
En el Campo
Protección solar: hay que tomar el sol gradualmente, de menos a más, para darle
tiempo a la piel a producir melanina. Al principio la exposición directa al sol
debe ser corta, de apenas 5 minutos. Conforme pasen los días, podemos ir
aumentando el tiempo de exposición. Debemos utilizar siempre un filtro solar
con un factor de protección solar adecuado para nuestro tipo de piel. Cuando ya
tengamos un cierto grado de bronceado, podemos bajar el grado de protección. En
las zonas del cuerpo que normalmente no están expuestas al sol (el pecho, la
espalda o las piernas) la protección debe ser mayor.
Agua de fuentes y arroyos: potables o no potables
Siempre que sospechemos que el agua de un lugar no es potable, debemos evitar
ingerirla. El agua no potable puede producir diarrea o algún tipo de infección
que afecte a nuestro organismo.
En ríos o pantanos
El baño en agua dulce: corrientes y pozos. No se debe entrar nunca de cabeza en
aguas desconocidas, hay que hacerlo siempre con los pies por delante para
evitar impactos en la cabeza o columna cervical. La existencia de pozos o
sifones puede provocar corrientes que dificulten la flotabilidad.
En la playa
Prestar atención a la señalización de zonas de riesgo.
Evitar la exposición prolongada al sol y procurar la hidratación abundante.
En el camping
Cocinas y linternas de gas: no se deben usar en el interior de tiendas de
campaña. Vigilar el buen estado de gomas de suministro y quemadores.
Fuegos y barbacoas: riesgo de quemaduras, sobre todo con la utilización de
alcohol y combustibles líquidos
Conservación de los alimentos: si no se dispone de nevera, evitar los alimentos
perecederos.
El descanso (ojo con la siesta de los peques y el calor): buscar sitios
protegidos del sol y frescos.
Fiestas sin excesos
La única forma garantizada de no padecer los efectos del alcohol es
abstenerse de beber. En un mundo ideal, todos tendríamos una inmensa fuerza de
voluntad y todos sabríamos cuándo parar. Pero las costumbres sociales o
simplemente el dejarse arrastrar por el ambiente de fiesta, puede hacer difícil
decir no.
La segunda mejor medida después de la abstinencia, es beber con moderación y
responsabilidad.
Algunas recomendaciones:
• Intentar recordar que las bebidas alcohólicas son el acompañante de la
comida, no al revés.
• No mezclar bebidas alcohólicas, ya que este es uno de los mayores factores
que más favorecen la intoxicación etílica. Limitarse a beber sólo vino o
cerveza, en lugar de licores de más alta graduación alcohólica.
• En cuanto a la cerveza, es mejor tomarla fría, ya que contienen menos
toxinas.
• Ante las opciones de vino tinto o blanco, el vino tinto generalmente provoca
una peor resaca.
• Si se toman copas, mézclelas con bebidas no gaseosas; el gas en los refrescos
hace que el cuerpo absorba el alcohol más deprisa.
• El ritmo de ingesta del alcohol también es importante. Grandes cantidades
ingeridas de forma rápida puede dar lugar a una intoxicación etílica grave, con
pérdida del conocimiento.
• Al volver a casa de una cena o fiesta y antes de acostarse, se puede tomar un
preparado multivitamínico y beber por lo menos medio litro de agua.
• No beber si se está tomando algún tipo de medicamentos.
• Las mujeres deben conocer que a iguales dosis de alcohol éste hace más efecto
en las mujeres por un doble mecanismo: tienen menos masa corporal para repartir
ese alcohol y generalmente su hígado metaboliza peor el alcohol que el de los
varones.
• Por supuesto, si se tiene que conducir; ¡¡ni una gota de alcohol!
Recuerde que el alcohol no sólo es dañino de forma aguda (borrachera), sino que
su consumo reiterado, prolongado, también tiene efectos nocivos muy importantes
(hígado, Sistema Nervioso Central, estómago, ...).
Vacaciones
Vacunaciones
Es importante que con cierta antelación al viaje (tres meses sería lo ideal) se
haga una visita al médico de cabecera y se consulte sobre las vacunas
necesarias, en caso de que así fuera.
Ciertas vacunas (tétanos, hepatitis B) deben recibirse de forma periódica (5-10
años) para mantener su efecto protector.
Otras, como los antigripales estacionales, deben recibirse cada año.
Durante el viaje
• Utilizar agua embotellada en todo momento, incluso para lavarse los dientes.
• Evitar los cubitos de hielo así como las ensaladas. Tomar fruta que se pueda
pelar.
• No comprar alimentos a vendedores ambulantes ni comer en restaurantes que no
tengan una presencia muy higiénica.
• El marisco y la carne poco hecha son las fuentes más comunes de infección.
Asegurarse de que toda la comida que se ingiere ha sido cocinada a fondo.
CUENTO
Una mañana, perdí la voz.
Como pasaba el tiempo y no aparecía,
mis padres decidieron llevarme a un especialista en objetos perdidos.
El hombre nos recibió en su despacho,
una habitación atiborrada de cosas. Tantas, que tuvimos que abrirnos paso
apartando a manotazos timbres de bicicleta, muñecas de goma, libros de
bolsillo, paraguas, sombreros, y todo lo que se pueda imaginar.
—Perdonen el desorden —se disculpó el
señor Encuentro—, estamos en la jungla de los objetos perdidos. Aquí las cosas
no hacen más que crecer, sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. Escuchen,
escuchen los sonidos de la jungla…
Papá, mamá y yo prestamos atención.
Era cierto: en aquel cuarto no dejaban de escucharse los crujidos de las cosas.
El hombre apartó un libro de su silla
y tres paraguas de la mesa, antes de sentarse.
—Acércate, jovencito —me pidió—. Sin
miedo, las cosas no te harán nada si no las molestas.
Las cosas no me daban miedo, pero no
quería pisarlas y el suelo estaba lleno de trastos. Cuando conseguí llegar
hasta el señor Encuentro, me dijo que abriera la boca y me afinó las cuerdas
vocales. Después de interpretar todas las notas, del do al sí, dijo:
—Hum, no sé… Las cuerdas ya están
afinadas y, sin embargo, la voz sigue sin aparecer.
Entonces me hizo un montón de
preguntas y yo tuve que anotar las respuestas en una pizarra.
—¿Cuánto tiempo hace que no hablas?,
¿un día?, ¿una semana?, ¿un mes? ¿Recuerdas lo último que dijiste? ¿Sentiste
cómo se te escapaba la voz? ¿La viste marchar? ¿Se te perdió sin darte cuenta?
Le dije que hacía un mes que no hablaba, que lo último que dije fue «hasta
luego», y que la voz se me perdió sin darme cuenta.
A continuación preguntó a mis padres:
—¿Tiempo que dedica el niño a jugar
en el parque? ¿Amigos que hablen por los codos?
Le dijeron que yo no juego casi nunca
en el parque y que mi único amigo se cambió de colegio el año pasado.
El señor Encuentro escribió en su
libreta las respuestas, y luego siguió escribiendo hasta que se le acabó la
tinta del boli.
—Esto es lo que tienen que hacer
—dijo, mientras arrancaba la hoja y se la entregaba a mis padres.
Se sacudió un oso de peluche del
hombro, se levantó, rodeó la mesa y se sentó en el borde.
—Mi diagnóstico —dijo— es «pérdida
por descuido». La receta para recuperar la voz, o para hacerse con una nueva,
es hablar.
El niño no habla porque no tiene nada
que decir. Y no tiene nada que decir porque no le pasa nada interesante. Tiene
que jugar con otros niños, así que le he recetado eso: amigos.
Papá se pasó la mano por la nuca y
mamá apretó las asas de su bolso. El hombre continuó:
—El problema es que en objetos
perdidos no tenemos amigos, no en este momento. Y como el niño ya lleva un
tiempo sin voz, es aconsejable que se tomen medidas inmediatamente. Lleven a su
hijo a los sitios en donde se dan las mejores cosechas de amigos: el patio del
colegio, el equipo de fútbol, el parque...
Papá tartamudeó:
—Pero eso le hará perder tiempo. Por
las tardes hace cálculo mental y lee el periódico, para saber si la bolsa sube
o baja. Mi hijo es tan inteligente… Sería una lástima que desperdiciase su
talento jugando, con un futuro tan brillante…
El señor Encuentro me miró por encima
de sus gafas y luego les miró a ellos:
—El futuro no es brillante, señores
míos, el futuro es gris como el humo —dijo—. Vaya usted a saber dónde está el
futuro.
Y por el tiempo que pierda mientras
juega, no se preocupe.
Siempre se recupera.
Al día siguiente, mis padres fueron a
hablar con mi profesora.
Le contaron lo que les había dicho el
señor Encuentro sobre mi problema y su tratamiento.
—Ajá —exclamó ella—. Llegan en el
momento justo para empezar una cura: vamos a montar un grupo de teatro. Tendrá
que ensayar los jueves por la tarde.
Papá se pasó otra vez la mano por la
nuca y mamá retorció las asas de su bolso.
—Como de momento no habla —continuó la profe—,
que haga de nube. Pasado mañana es jueves. Que se presente en el ensayo a las
seis en punto.
Volví a casa pensando que no quería
hacer nada en la obra de teatro. Y menos que nada, hacer de nube. Prefería mil
veces estar solo en mi cuarto haciendo sudokus. O ir a refuerzo en cálculo
mental.
El jueves siguiente llegué tarde al
ensayo. Pensé que nadie echaría de menos a una nube y me entretuve observando a
una lagartija, pero…
—No te vuelvas a retrasar —se quejó
Olga, la directora—.
Hasta que no pasas tú, no llueve. Y
hasta que no llueve, no salen Lucía y Mónica, que hacen de margaritas. Y luego
pasas otra vez, y salen Víctor y Dani, que hacen de abejas. Me temblaron las
piernas todo el rato, de los nervios, cada vez que me tocó atravesar el
escenario. Al terminar el ensayo estaba tan cansado como si hubiera corrido una
hora sin parar, pero todavía no me pude ir a casa: tuvimos que recortar mi
disfraz de nube y ayudé a dibujar las alas de las abejas.
Cada jueves, después de ensayar, siempre
había cosas que hacer: pegar unas asas de tela a la nube; coser un botón en el
traje de las margaritas; dibujar las rayas de las abejas…
Yo seguía sin voz, pero me gustaban
los jueves por la tarde: ensayar era cada día más divertido y, sin querer, me
había aprendido casi toda la obra de memoria.
Pasó el segundo trimestre, llegó el
tercero y después, el fin de curso.
El día de la representación subí al
escenario y me coloqué en mi sitio. Los espectadores se callaron cuando se
abrió el telón, y Olga empezó a leer:—Era un tiempo sin nubes, ni flores, ni
abejas… Los hombres habían destruido la tierra…
Yo era el único que estaba en el
escenario. Las margaritas, escondidas detrás de las cortinas, esperaron a que
yo lo atravesara para aparecer.
—Una nube, una sola nube —continuó
Olga—, cargada de agua, cruzó el cielo dos veces…
Lucía y Mónica, con los brazos hacia
el techo, hacían como si las moviese el viento… Mónica estaba al fondo del
escenario y Lucía, cerca de mí.
Pasó un minuto y luego otro y Lucía
no decía su frase. Estaba tan colorada que parecía un tomate, en vez de una
margarita.
Busqué a Olga con la mirada, pero
estaba en el otro extremo.
Demasiado lejos para ayudar a Lucía.
El único que estaba lo suficientemente cerca era yo. Me sabía su frase, me
había aprendido de memoria todas las frases de mis amigos. Respiré profundo,
tragué saliva y la miré:
—Oh, nube gris —le soplé—, gracias
por la lluvia.
Lucía me miró. Ahora ya no estaba
roja, sino blanca como si se fuese a desmayar, pero repitió su frase. A partir
de ese momento, todo fue sobre ruedas.
Nos aplaudieron muchísimo. Hicimos
varias reverencias y luego, mis amigos me abrazaron por turnos. Papá y mamá
aparecieron entre las cortinas, emocionados. Querían escucharme hablar.
Yo quise asegurarme de que mi voz
seguía en su sitio:
—Hola, hola: un, dos, tres… Probando…
—repetí varias veces—. Probando, probando, uno, uno-dos…
Y después pronuncié todas las
palabras que recordaba. Y conversé con todas las personas que me encontré. Y
les expliqué a mis amigos dónde vivo, para que vengan a mi cumpleaños. Y me
pedí ser portero en el próximo partido de fútbol del recreo.
Y mis padres se compraron tapones
para los oídos, porque hablé dos días y quince horas sin parar.