El Til o Garoé
Es uno de los árboles más emblemáticos de la flora
macaronésica y uno de los componentes básicos de los maravillosos y
paradisíacos bosques de laurisilva. En las Islas Canarias le llaman Til, Garoé,
Árbol santo y Árbol-fuente y su nombre científico, Ocotea foetens, nos recuerda
que su madera, de muy buena calidad, no se puede trabajar cuando está fresca
por su hedor insoportable. Una vez se ha secado pierde el mal olor y es una
madera muy bella, de un color amarillo verdoso, durísima y duradera, muy
apreciada en ebanistería. A finales del siglo XVI se prohibió su exportación
para evitar la tala masiva de este árbol imponente que puede alcanzar los 40
metros de altura. Pertenece a la família de las Lauraceae como el barbusano
(Apollonias barbujana), el viñátigo (Persea indica) y el laurel canario (Laurus
novocanariensis), todos ellos componentes esenciales de los bosques de
Laurisilva macaronésica. Es endémico de las Islas Canarias y Madeira.
Majestuoso
tronco de Garoé de un metro de diámetro en el paradisíaco Bosque de Los Tiles
al norte de la isla canaria de La Palma. Estos árboles han podido crecer en
total libertad y se muestran con todo su esplendor. Se ven las enormes raíces sobresaliendo de la tierra
como si fuesen los dedos de una pata de cigüeña, dando así estabilidad al árbol
y los troncos múltiples que crecen muy rectos buscando la luz.
Varios troncos de til o garoé en el mismo Bosque de Los
Tiles. Los rayos de luz que dejan pasar sus copas permiten el crecimiento de un
rico sotobosque compuesto principalmente por helechos macaronésicos, como
Woodwardia radicans, Diplazium caudatum, Culcita macrocarpa y Adiantum
reniforme y también por la hiedra canaria, Hedera canariensis, la bellísima
Gesnouinia arborea, pariente gigante de la parietaria y la Canarina
canariensis, con flores que parecen pequeñas campanas rojas.
Los antiguos moradores de las Islas Canarias, los guanches, adoraban este
árbol como a un dios. Hace cuatro siglos en la Isla del Hierro había un
imponente garoé solitario con un tronco que superaba el metro y medio de
diámetro y una grandiosa copa, que cada día, cuando subía desde el mar la brisa
marina cargada de humedad, la condensaba en sus hojas y caía gota a gota como
si fuese una verdadera lluvia, la llamada lluvia horizontal típica de toda la
Macaronesia, proporcionando a los bimbaches, los guanches de la pequeña isla,
toda el agua que necesitaban. Para recogerla excavaron a su alrededor pequeñas
cisternas que prácticamente cada dia se llenaban. Sin el agua de su estimado y
adorado Arbol-fuente, su árbol santo, su dios, no hubieran podido sobrevivir,
puesto que en esta isla la lluvia normal es escasísima.
Cuando los europeos invadieron las Islas Canarias y robaron a los guanches sus
estimadas islas, la última en ser conquistada fue El Hierro. Los nativos de la
pequeña isla sabían que los invasores no podrían sobrevivir sin agua. Guardaron
reservas del preciado liquido y después llenaron de tierra las cisternas del
garoé. Confiaban en esta carta para salir victoriosos, pero una muchacha
bimbache, Agarfa, se enamoró de un invasor andaluz y le reveló el secreto del
agua, justo cuando los europeos ya estaban desesperados de sed y se preparaban
para abandonar la isla. Aquella traición fue la perdición para los bimbaches.
Los invasores se apoderaron del árbol sagrado, vaciaron de tierra las cisternas
que pronto estuvieron llenas de agua y a los nativos no les quedó más remedio
que rendirse al conquistador Juan de Bethencourt, quien acto seguido,
traicionando su palabra, les encarceló y esclavizó.
Como si los dioses de los aborígenes canarios quisieran castigar a los
invasores, un día del año 1610 un viento huracanado arrancó de raíz el viejo
garoé y los nuevos habitantes de la isla, mezclados ya con los pocos
descendentes de los bimbaches, se quedaron sin su fuente de agua. Desesperados
de sed mandaron una carta al Rey de España pidiendo ayuda, pero los
peninsulares no entendieron las palabras que hablaban de un árbol sagrado,
pensaron que no eran más que supersticiones y no hicieron caso de la carta.
Esto provocó que muchos de ellos murieran de sed.
Una de las características más típicas del árbol-fuente son estos dos
bultitos en el anverso de las hojas, que se corresponden en el reverso con dos
verrugas llenas de pelos. Sólo los tienen las hojas de los árboles adultos. Los
plantones jóvenes carecen de ellos.
Reverso de
las hojas anteriores con las dos verrugas pilosas. La de la izquierda casi
siempre está más cerca del pecíolo de la hoja.
Detalle de las dos verrugas pilosas del garoé, cuya función se desconoce.
No desprenden ningún olor concreto ni parecen contener ningún animalillo diminuto,
lo cual descartaría que fueran agallas. Una hipótesis aventura que estas
verrugas podrían ser un carácter evolutivo de simbiosis con algún insecto o
arácnido, que viviría entre los pelos y protegería de alguna manera al árbol de
la depredación de los insectos fitófagos. Otra hipótesis dice que los
pelos desprenderían unas fitoferomonas con un olor sólo perceptible por los
insectos, olor que sería repelente, evitando así que se comieran las hojas. Y
por último también se podría pensar que los pelos son una especie de sensores
del grado de humedad ambiental, de manera que el árbol, en caso de sequía,
sería capaz de mover las hojas y ponerlas de una manera ideal para condensar el
máximo de humedad de la brisa marina. Sólo son hipótesis. Tal vez algún día
conoceremos su función.
Microfotografía de una verruga seccionada mostrando su contenido. Sólo se
ve un amasijo de pelos sin ningún animalillo.
Otra microfotografía a 40 aumentos de una verruga de Ocotea foetens.
Imagen tomada en el preciso momento del paso de la brisa
marina por encima de las copas de los árboles de Laurisilva. Está brillando un
sol radiante y de repente ves venir una niebla gris que en cuestión de segundos
te rodea. No ves nada, notas en la cara la caricia gélida y húmeda de la niebla
y te dan escalofríos. En pocos segundos vuelve a salir el sol y ves alejarse la
niebla que barre las copas y deja miles de toneladas de agua dulcísima
condensada en sus hojas, que cae gota a gota como si fuera una lluvia normal.
Es el maravilloso fenómeno llamado lluvia horizontal. La cara y la ropa te
quedan empapadas y entiendes el porqué en islas con tan poca pluviometría puede
haber bosques tan exuberantes.
Bellísimas
flores de Ocotea foetens, propias de todas las lauráceas.
Detalle de una flor de garoé.
Frutos
todavía verdes de Ocotea foetens, con su capucha que recuerda a las bellotas.
Frutos
maduros de garoé con el tamaño y la forma ideales para ser tragados por las
palomas endémicas macaronésicas rabiche y turqué, que después de digerir su
pulpa regurgitan o defecan las semillas lejos del árbol que dió los frutos,
ayudando así al mantenimiento de estos bosques maravillosos.