sábado, 23 de noviembre de 2013

23 de noviembre, día mundial de los bosques autóctonos.

El Til o Garoé

Es uno de los árboles más emblemáticos de la flora macaronésica y uno de los componentes básicos de los maravillosos y paradisíacos bosques de laurisilva. En las Islas Canarias le llaman Til, Garoé, Árbol santo y Árbol-fuente y su nombre científico, Ocotea foetens, nos recuerda que su madera, de muy buena calidad, no se puede trabajar cuando está fresca por su hedor insoportable. Una vez se ha secado pierde el mal olor y es una madera muy bella, de un color amarillo verdoso, durísima y duradera, muy apreciada en ebanistería. A finales del siglo XVI se prohibió su exportación para evitar la tala masiva de este árbol imponente que puede alcanzar los 40 metros de altura. Pertenece a la família de las Lauraceae como el barbusano (Apollonias barbujana), el viñátigo (Persea indica) y el laurel canario (Laurus novocanariensis), todos ellos componentes esenciales de los bosques de Laurisilva macaronésica. Es endémico de las Islas Canarias y Madeira.




Majestuoso tronco de Garoé de un metro de diámetro en el paradisíaco Bosque de Los Tiles al norte de la isla canaria de La Palma. Estos árboles han podido crecer en total libertad y se muestran con todo su esplendor. Se ven  las enormes raíces sobresaliendo de la tierra como si fuesen los dedos de una pata de cigüeña, dando así estabilidad al árbol y los troncos múltiples que crecen muy rectos buscando la luz.



Varios troncos de til o garoé en el mismo Bosque de Los Tiles. Los rayos de luz que dejan pasar sus copas permiten el crecimiento de un rico sotobosque compuesto principalmente por helechos macaronésicos, como Woodwardia radicans, Diplazium caudatum, Culcita macrocarpa y Adiantum reniforme y también por la hiedra canaria, Hedera canariensis, la bellísima Gesnouinia arborea, pariente gigante de la parietaria y la Canarina canariensis, con flores que parecen pequeñas campanas rojas.

Los antiguos moradores de las Islas Canarias, los guanches, adoraban este árbol como a un dios. Hace cuatro siglos en la Isla del Hierro había un imponente garoé solitario con un tronco que superaba el metro y medio de diámetro y una grandiosa copa, que cada día, cuando subía desde el mar la brisa marina cargada de humedad, la condensaba en sus hojas y caía gota a gota como si fuese una verdadera lluvia, la llamada lluvia horizontal típica de toda la Macaronesia, proporcionando a los bimbaches, los guanches de la pequeña isla, toda el agua que necesitaban. Para recogerla excavaron a su alrededor pequeñas cisternas que prácticamente cada dia se llenaban. Sin el agua de su estimado y adorado Arbol-fuente, su árbol santo, su dios, no hubieran podido sobrevivir, puesto que en esta isla la lluvia normal es escasísima.

Cuando los europeos invadieron las Islas Canarias y robaron a los guanches sus estimadas islas, la última en ser conquistada fue El Hierro. Los nativos de la pequeña isla sabían que los invasores no podrían sobrevivir sin agua. Guardaron reservas del preciado liquido y después llenaron de tierra las cisternas del garoé. Confiaban en esta carta para salir victoriosos, pero una muchacha bimbache, Agarfa, se enamoró de un invasor andaluz y le reveló el secreto del agua, justo cuando los europeos ya estaban desesperados de sed y se preparaban para abandonar la isla. Aquella traición fue la perdición para los bimbaches. Los invasores se apoderaron del árbol sagrado, vaciaron de tierra las cisternas que pronto estuvieron llenas de agua y a los nativos no les quedó más remedio que rendirse al conquistador Juan de Bethencourt, quien acto seguido, traicionando su palabra, les encarceló y esclavizó.

Como si los dioses de los aborígenes canarios quisieran castigar a los invasores, un día del año 1610 un viento huracanado arrancó de raíz el viejo garoé y los nuevos habitantes de la isla, mezclados ya con los pocos descendentes de los bimbaches, se quedaron sin su fuente de agua. Desesperados de sed mandaron una carta al Rey de España pidiendo ayuda, pero los peninsulares no entendieron las palabras que hablaban de un árbol sagrado, pensaron que no eran más que supersticiones y no hicieron caso de la carta. Esto provocó que muchos de ellos murieran de sed.


Una de las características más típicas del árbol-fuente son estos dos bultitos en el anverso de las hojas, que se corresponden en el reverso con dos verrugas llenas de pelos. Sólo los tienen las hojas de los árboles adultos. Los plantones jóvenes carecen de ellos.









Reverso de las hojas anteriores con las dos verrugas pilosas. La de la izquierda casi siempre está más cerca del pecíolo de la hoja. 


Detalle de las dos verrugas pilosas del garoé, cuya función se desconoce. No desprenden ningún olor concreto ni parecen contener ningún animalillo diminuto, lo cual descartaría que fueran agallas. Una hipótesis aventura que estas verrugas podrían ser un carácter evolutivo de simbiosis con algún insecto o arácnido, que viviría entre los pelos y protegería de alguna manera al árbol de la depredación  de los insectos fitófagos. Otra hipótesis dice que los pelos desprenderían unas fitoferomonas con un olor sólo perceptible por los insectos, olor que sería repelente, evitando así que se comieran las hojas. Y por último también se podría pensar que los pelos son una especie de sensores del grado de humedad ambiental, de manera que el árbol, en caso de sequía, sería capaz de mover las hojas y ponerlas de una manera ideal para condensar el máximo de humedad de la brisa marina. Sólo son hipótesis. Tal vez algún día conoceremos su función.

 
Microfotografía de una verruga seccionada mostrando su contenido. Sólo se ve un amasijo de pelos sin ningún animalillo.









Otra microfotografía a 40 aumentos de una verruga de Ocotea foetens.




Imagen tomada en el preciso momento del paso de la brisa marina por encima de las copas de los árboles de Laurisilva. Está brillando un sol radiante y de repente ves venir una niebla gris que en cuestión de segundos te rodea. No ves nada, notas en la cara la caricia gélida y húmeda de la niebla y te dan escalofríos. En pocos segundos vuelve a salir el sol y ves alejarse la niebla que barre las copas y deja miles de toneladas de agua dulcísima condensada en sus hojas, que cae gota a gota como si fuera una lluvia normal. Es el maravilloso fenómeno llamado lluvia horizontal. La cara y la ropa te quedan empapadas y entiendes el porqué en islas con tan poca pluviometría puede haber bosques tan exuberantes.



Bellísimas flores de Ocotea foetens, propias de todas las lauráceas.

                                                    Detalle de una flor de garoé.


Frutos todavía verdes de Ocotea foetens, con su capucha que recuerda a las bellotas.

Frutos maduros de garoé con el tamaño y la forma ideales para ser tragados por las palomas endémicas macaronésicas rabiche y turqué, que después de digerir su pulpa regurgitan o defecan las semillas lejos del árbol que dió los frutos, ayudando así al mantenimiento de estos bosques maravillosos. 




                                                       http://jardin-mundani.blogspot.com.es/2012/10/ocotea-foetens-el-dios-de-los-bimbaches.htm